La historia de la NBA está plagada de leyendas.
Jugadores que eran, y son, capaces de echarse a su equipo a las espaldas y
liderarlo hasta las más altas cotas de gloria. All-Stars, anillos y
nominaciones a mejores equipos de la Liga se les caen de las manos y en sus
vitrinas apenas queda espacio para acaparar toda la atención que reciben no
solo por parte de sus propios aficionados y de periodistas, analistas y
tertulianos, sino también del fan promedio de la NBA.
Pero no lo son todo, ni mucho menos. Y no me refiero
solamente al enorme reparto de jugadores secundarios que están siempre ahí
detrás haciendo labores quizás más oscuras pero no por ello menos importantes
en el desarrollo del juego de su equipo, sino también a figuras como las que
iré analizando en esta serie de artículos. Jugadores que sin llegar a ser nunca
estrellas rutilantes de la competición sí que han representado mucho para los
aficionados del equipo en el que jugaban y siguen vivos en la memoria como
piezas clave en momentos históricos para su franquicia.
¿Quién podría ser un prototipo de estos jugadores de
los que hablo? El primero en pasar por estas páginas será Gerald Wallace,
actualmente en los Boston Celtics pero durante seis años y medio estrella,
aunque perteneciera a la segunda o tercera línea de jugadores en la NBA, de
unos necesitados Charlotte Bobcats, en los que aún sigue siendo el único
jugador participante en el All-Star. Shane Battier y Tyson Chandler serán otros
invitados por estos artículos, pero animo a que todo el que quiera participe en
los comentarios y diga quién debería estar incluido en esta sección de grandes
jugadores a los que no conviene olvidar.
Gerald Wallace: el orgullo del lince
7437 puntos, 3398 rebotes, 827 robos, 531 tapones y
16718 minutos en 454 partidos con su equipo. Si no contamos a leyendas de los
Hornets como Larry Johnson o Alonzo Mourning, y dado que aquí solo hablaremos
de los Bobcats no lo haremos, el actualmente alero de los Celtics es líder
anotador de los de Charlotte, jugador con más robos, más minutos y más partidos
jugados y en el Top 3 de tapones y rebotes. En la breve década en que los
Bobcats camparon por la NBA su nombre solo se podía asociar a una figura dentro
de la cancha: Gerald Wallace.
Es cierto que a su alrededor desfilaron jugadores de
más o menos nivel que también atrajeron atención y pudieron rendir a alto
nivel, hablamos de Stephen Jackson, Jason Richardson, Boris Diaw, Emeka Okafor,
Raymond Felton o Tyson Chandler, pero si había una "estrella"
permanente en la muy pequeña constelación de los de Carolina del Norte era esta
bestia procedente de Alabama y que se había curtido durante sus primeras tres
temporadas en los maravillosos Kings de principios de siglo. Wallace dejó su
selo de intensidad y entrega durante sus casi siete temporadas en Charlotte, y
su número 3 era garantía de júbilo en un pabellón en el que no se solían
presenciar demasiadas victorias. Con Gerald, al menos, el espectáculo estaba
garantizado.
Acabó en los Bobcats por vía del Draft de Expansión
de 2004 que daba la bienvenida a la franquicia que suplía a los míticos
Hornets, entonces trasladados a Nueva Orleans y ahora de nuevo en Charlotte
tras uno de esos vaivenes típicos de esta competición, y los equipos restantes
dejaban elegir de entre sus jugadores a los recién llegados. Vía Draft aterrizó
allí también Emeka Okafor, primer proyecto de estrella de los Bobcats, y por otras
vías Primoz Brezec, Gerald Wallace y un mito para los aficionados de Charlotte
como Matt "Hammer" Carroll. Ellos cuatro y Raymond Felton serían los primeros
rescoldos de esperanza para un equipo que solo logró dos presencias en Playoffs
durante su década de existencia.
Si una palabra puede definir a Wallace es esta:
"intensidad". Y eso lo hizo convertirse rápidamente en
"fan-favorite" y multiplicar sus prestaciones tras tres años en los
que apenas pisaba diez minutos por partido la cancha. En su primer año en
Carolina del Norte le tocaría jugar durante 30 minutos cada encuentro y batirse
el cobre con los aleros titulares de los demás equipos de la Liga. 11,1 puntos,
5,5 rebotes y 1,7 robos serían su carta de presentación y un anticipo de lo que
estaba por venir. La temporada siguiente, con los Bobcats aún naufragando y
buscando más y más refuerzos universitarios, subió hasta los 15,2 puntos, 7,5
rebotes y 2,5 robos por encuentro, lo cual combinado con sus más de 2 tapones
en cada partido hacía que compartiera récord en cuanto a la combinación de
estas dos últimas estadísticas con mitos como Hakeem Olajuwon y David Robinson.
Poco a poco su nombre comenzaba a sonar en los mentideros y los analistas
tenían ya claro quién lideraba en la cancha a la joven franquicia del Este.
Durante los siguientes cuatro años y medio se
dedicaría a seguir creciendo en el aspecto anotador y en el reboteador. Si bien
nunca fue una amenaza desde lejos sí que incrementó sus prestaciones en el
juego interior, no teniendo ningún problema en lanzarse contra jugadores mucho
más altos o corpulentos en busca de rebotes. "Crash", su sobrenombre,
terminaría la temporada 2009-2010 con 18,2 puntos y 10 rebotes por partido,
pero durante los primeros meses de la misma había conseguido dobles-dobles con
una facilidad asombrosa y llegó a liderar la lista de mejores reboteadores de
toda la Liga. Previamente, en la 2007-2008, se encargaría de poner su récord en
19,4 puntos por partido, y pese a las diversas lesiones que su estilo de juego
le acarreaba no cejó en su empeño de seguir saltando a la cancha y dejándose la
piel por un equipo que no correspondía a los esfuerzos de su líder.
Esa 2009-2010 mencionada, en la que ya era un
jugador maduro que había pasado más de 8 años en la Liga y que seguía
exhibiendo un físico portentoso para alcanzar esos registros en todas las
facetas defensivas, sería la de su gran explosión y salto a la siempre fugaz
fama de la Liga. Nominado para jugar en el All-Star de 2010 se convertía en el
primer Bobcat en lograrlo (ni siquiera Al Jefferson en la 2013-2014 fue capaz)
y sus 15 minutos y 2 puntos fueron meros irrelevantes testimonios de un
acontecimiento histórico para un equipo que desde su llegada a la Liga había
fracasado constantemente y se había enrocado en la mediocridad. Sin embargo ese
año llegó la primera temporada con un récord de victorias-derrotas favorable
(44-38), a la postre la única hasta la reciente 2013-2014, la primera
clasificación para los Playoffs de la mano de un equipo veterano con Larry Brown
como entrenador y su nombramiento para el mejor equipo defensivo de la NBA. Una
2009-2010 de oro que se cerraba con un barrido por parte de los Magic en
primera ronda pero muchas esperanzas y reconocimientos puestos en su figura.
Sin embargo la diosa Fortuna es tan veleidosa como
la describía Maquiavelo en "El Príncipe", y después de la gloria,
como si de la cíclica historia en la que creían los griegos se tratara, llegó
el fracaso y la descomposición del equipo que había logrado colarse en la
postemporada. Ante la perspectiva de la mediocridad perenne y un arranque
nefasto de temporada Larry Brown fue despedido, y antes que él también lo
habían hecho Raymond Felton y Tyson Chandler. Prácticamente abandonado como
último vestigio de una etapa superada y que había concluido en la "dulce
derrota" frente a Orlando, Gerald Wallace siguió a lo suyo y aportó 15,6
puntos, 8,2 rebotes y su esfuerzo constante en los casi 40 minutos por
encuentro que disputó en 48 partidos antes de que el mercado y la situación de
la franquicia determinaran que su próximo hogar sería Portland. La noticia fue
como un jarro de agua fría para el alero y para los fans.
"Siento que esta ciudad no me debe nada. Yo les
debo todo, aquí pude mostrar mi juego", "No estaba nada contento, muy
triste...es una pena, nada agradable, hacía de todo en el equipo",
"Gerald era el epítome de todo lo que queremos en este equipo y no podemos
agradecerle lo suficiente su contribución a los Bobcats. Sin embargo se
acercaba el Deadline y sentíamos que era lo mejor para el largo plazo".
Wallace, Silas (su entrenador) y Michael Jordan, por aquel entonces reciente
propietario de la franquicia, respectivamente. Sea como fuere ya no había
manera de echarse atrás, y aunque el movimiento se entendía, había que escapar
de esa peligrosa senda que amenazaba con tragarse al equipo y condenarlo a
vagar perennemente por los puestos situados entre el octavo y el undécimo, eso
no lo convirtió en más fácil. La afición perdía a su estrella, a su ídolo y
último representante de los Bobcats que habían jugado allí desde 2004. Triste y
apesadumbrado se fue a los Blazers y puso fin a la mejor etapa de su carrera.
Después del traspaso las cosas no marcharon nada
bien. En los Blazers no rindió al nivel esperado y pese a jugar en los Playoffs
vería cómo era traspasado de nuevo a los Nets. Allí se lesionó, en esta ocasión
de gravedad, y pese a renovar su contrato de nuevo tuvo que hacer las maletas
tras apenas temporada y media para recalar en unos Celtics donde volvió a
sufrir una lesión a principios de 2014. En un equipo en reconstrucción y con
dos años aún por cobrar es muy difícil determinar dónde acabará un jugador que
a sus 32 años ha bajado su nivel a la vez que las lesiones y la edad se han
comenzado a cobrar su precio.
Jamás será recordado como una de las grandes
leyendas de la NBA, pero dio brillo a los Bobcats durante casi 500 partidos y 7
años de sacrificio. Fue el único All-Star de la franquicia, el experto en mates
que cuando se juntó con Jason Richardson levantó a los aficionados muchas veces
de la grada, el rostro conocido por el resto de la Liga y pura entrega en
defensa y en ataque. En retrospectiva, casi cuatro años después de su marcha de
los Bobcats, Jordan tenía razón y es muy difícil valorar lo mucho que dio en
tiempos complicados para el equipo. ¿Cómo encajaría ahora tutelando a Michael
Kidd-Gilchrist y cerrando aún más una defensa como la de los actuales Hornets?,
¿colgará el "3" alguna vez del techo del pabellón de los renacidos
Hornets? Sea como fuere Wallace siempre tendrá un lugar en los corazones y la
memoria de los aficionados de Carolina del Norte.
Fotos: NBA
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