PRIMER ACTO: ALCANZAR EL PARAÍSO
Un hombre y una misión. LeBron James contra San
Antonio Spurs y las estadísticas, porque ningún equipo había remontado jamás un
3-1 en unas Finales y porque ningún equipo parecía respaldar al
"Elegido" en su cruzada por conseguir el tercer anillo consecutivo.
Quinto encuentro, quinta batalla tras dos duelos igualados y dos auténticas
carnicerías a manos de un conjunto espoleado por la energía de Kawhi Leonard,
su defensa y su acierto en el tiro tanto en el tercero como en el cuarto. Los
de plata y negro, en esta ocasión vestidos de blanco, saltaban a la rugiente
cancha de su At&T Center con ganas de finiquitar por la vía rápida los
últimos 48 minutos de su sendero a la gloria, y enfrente un hombre que no se
quería resignar a este destino.
Y con heroico esfuerzo James quiso resistirse, como
el padre de Edipo tratando de desafiar a los hados o Héctor enfrentándose al
poderoso Aquiles aún a sabiendas de lo que los Dioses habían escrito para él, y
realizó un primer cuarto espectacular, anotando, reboteando y asistiendo,
liderando a sus Heat a un inicio de partido arrollador que dejó patidifuso a
San Antonio. Sin respuestas, nerviosos y sin circulación de balón los Spurs se
vieron cortocircuitados y machacados con fiereza por LeBron, que los logró
dejar a casi veinte puntos de distancia.
Había rendido muy por debajo de sus posibilidades el
año pasado, en una serie muy decepcionante contra el mismo equipo, pero no
estaba dispuesto a dejar que pasara lo mismo. Saltó a la pista y anotó un 2+1,
enchufó un triple y sacó una falta en ataque. Poco después una asistencia a
Leonard hacía que los Spurs se acercaran, aunque el marcador al final del primer cuarto sería de
29-22. Finalizaba la introducción del último capítulo de la epopeya que son las
Finales.
SEGUNDO ACTO: EL INFIERNO
Pese a que los de Texas se habían acercado hasta
ponerse a solo 7 puntos de distancia el ímpetu de los Heat no parecía haberse
apaciguado. Era dar un nuevo respiro y forzar el sexto o morir definitivamente.
Pero San Antonio no se iba a dejar. Fallaba Parker, el eterno timonel del
equipo y el último MVP de las Finales, allá por el 2007 cuando también decían
que estaban acabadas, pero saltó a la pista Patty Mills y miró a Tim Duncan, al
que una vez alguien definió como un "martillo pilón", y entre ambos,
junto con el inconmensurable Leonard y un Ginobili que volvió al pasado para
machacar en la cara de Bosh y luego anotar un triple, remontar poco a poco
hasta sobrepasar a los Heat.
Paso a paso, golpe a golpe, defensa a defensa, robo
a robo y tapón a tapón. LeBron se quedó seco, tratando de anotar contra un
equipo entero pendiente de él. Dwyane Wade, desaparecido en todas las Finales,
se estrellaba con su físico, su mente y una defensa intensísima que le hacía no
solo perder balones sino marrar tiro tras tiro. Y en el otro lado el equipo más
sólido de los últimos quince años se dedicó a ir enchufando a todos sus
jugadores para ir alejando progresivamente a unos Miami que no podían hacer
nada ante el incesante goteo que, poco a poco, socavaba y destruía desde el
interior o en bailes en la pintura a todo lo que trataba de interponer
Spoelstra en su camino.
Desde que los Spurs igualaron el encuentro este dejó
de tener historia. Marc Stein sacaba una estadística demoledora en el tercer
cuarto: los Spurs habían logrado un parcial de 59 a 22 desde que Miami había
logrado dejarlos tan atrás. El principio de ese tercer período, en el que cada
canasta costaba sudor, sangre y lágrimas, contrastó con la vorágine que vino a
continuación de la mano de un Mills inspirado, de cuyas manos salían balones
que volaban directos hacia el maltratado aro de Miami. 12, 13, 14, 15...hasta
22 de distancia. Y mientras el At&T rugía y LeBron se desesperaba por su
solitaria lucha el Anillo se iba convirtiendo en una realidad cada vez más
tangible para los pupilos de Popovich.
Y así, entre canastas, defensas y el rugir de la
multitud entregada, culminaba el encuentro. Pero no podía hacerlo sin un
homenaje al baloncesto y a los héroes. Uno a uno se fueron sentando todos
aquellos que habían contribuido a que los Spurs levantaran el quinto entorchado
en los últimos quince años. Leonard y Mills se fueron al banquillo con casi
todo el cuarto por jugar, pidiendo luego el público su reaparición para seguir
incrementando estadísticas. El tiempo se consumió lento para unos, velocísimo
para los otros, hasta que los 2 minutos brillaron en el marcador.
Y entonces el rugido pudo oírse a lo largo y ancho
de toda la NBA cuando la leyenda se dirigió al banquillo, con paso tranquilo
pero lágrimas en los ojos. 14 puntos, 8 rebotes, 2 tapones y 38 años. Tim
Duncan caminaba, ¿por última vez? rumbo al banquillo de la franquicia de la que
es el corazón, sabedor de que levantaría su quinto título en pocos minutos.
Tras él Ginobili, el mago de las remontadas y los puntos desde el banquillo, y
luego Tony Parker, siempre clave en un equipo tan sumamente bien ensamblado.
Sonó el pitido final, estalló la alegría, el heroico
LeBron (31 puntos, 10 rebotes y 5 asistencias) se retiró a los vestuarios,
sabedor de que en solitario jamás habría podido conseguir tan titánica hazaña.
El AT&T jaleaba a su héroes, Duncan derramaba lágrimas y Kahwi Leonard, el
hombre silencioso, el guerrero que despertó en el tercer partido y no solo
mantuvo a raya a LeBron sino que se echó a sus espaldas al equipo, recogía el
trofeo al MVP de las Finales. El tercero diferente en los cinco anillos de los
Spurs, el primer título en un año par, el culmen y el broche dorado a un grupo
de jugadores brillantes.
Y con Duncan, con Ginobili, Parker, Leonard,
Popovich y todos los Spurs lloró toda la NBA. Un equipo eterno que volvía a
tocar la gloria.