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jueves, 16 de octubre de 2014

El sueño de una enferma de cáncer terminal: jugar un partido de colegial

Una historia que ha derramado miles y miles de lágrimas. Lauren Hill es una estadounidense de 19 años de edad, diagnosticada con un tumor maligno inoperable en el cerebro. A sabiendas de que su vida se apaga inexhorablemente, quiere cumplir su sueño: jugar su primer partido de colegial.
Foto: WKRC Cincinnati
Todo era normal en la vida de Lauren Hill. Una chica joven y apasionada por el baloncesto. Por capricho del maldito destino, la vida de esta norteamericana dio un giro de 180 grados en poco tiempo.

1 de octubre de 2013. Cumpleaños de Lauren. Conmemorando su aniversario, el entrenador del Mount St. Joseph, de Cincinnati, llamó a su teléfono para mostrar su interés para que formara parte de su plantilla. La felicidad se apoderó de ella en una fracción de segundo.

Lauren exclamó: "¡Oh, menudo recuerdo voy a tener de mi aniversario! Llamé al entrenador y le dije que iba a The Mount para jugar allí".

Todo parecía andar sobre ruedas. La extrema ilusión se apoderaba de la joven. Pero se produció un giro dramático en los acontecimientos que, a continuación, iban a suceder en las siguientes semanas. Progresivamente, la salud de Lauren se iba deteriorando sin razón aparente.

"No mantenía el ritmo de las otras chicas. Mi manejo del balón era descuidado, así que imaginé que estaba baja de forma", replicaba.

Pero era algo más que eso. Síntomas alertantes empezaban a mostrarse: vértigos, mareos y adormecimiento empezaban a ser comunes en su vida cotidiana. Las cosas alcanzaron un punto crítico cuando, después de que Lauren chocara con una compañera de equipo, ella misma se percató de que algo peor se escondía detrás de todo aquello. Algo más que una simple fatiga.

La madre de Lauren Hill, Lisa Hill, recuerda como si fuera ayer las palabras que le dijo su hija. Le explicó que podía tener un tumor cerebral.

"Fue entonces cuando la llevamos al Hospital Riley's Children".

No habían pasado ni dos meses después del compromiso que adquirió Lauren por teléfono para jugar en Mount St. Joseph, cuando se sometió a una resonancia magnética. El peor de los diagnósticos salió a la luz. La prueba médica reveló un tumor cerebral, que tejía su camino a través de los nervios en la base de su tronco cerebral. Se trataba de un cáncer de cerebro inoperable. La tasa de supervivencia era nula.

Los médicos le dieron dos años de vida. Siguió jugando al baloncesto como si nada hubiera pasado, demostrando su innata devoción por la superación y el esfuerzo. Poco después de conocer la noticia, Lauren dijo esto:

"Nunca me di por vencida ni un segundo, incluso cuando me dieron un diagnóstico terminal. Nunca pensé en quedarme atrás y en no vivir la vida nunca más".

La entrenadora de su ex-equipo, el Lawrenceburg, Zane White, quiso mostrar todo su apoyo a Lauren, y reunió a todas las que fueron sus compañeras y les hizo prometer que iban a seguir luchando en cada partido sin ella.

En un acto de bondad infinita, Hill dirigió estas conmovedoras palabras a White y al resto de sus ex-compañeras: "Será mejor que no os vayáis, porque iré tras vosotras. Si yo no estoy aquí, es mejor que sigáis jugando. No os sentáis mal por mí".

Después de pasar el último año viajando con la familia, la vida de Lauren se sigue consumiendo. En setiembre, los médicos confirmaron la que el tumor se había ido extendiendo por más zonas de su cerebro. Le aseguraron que no pasaría con vida este mes de diciembre.

Contradiciendo a aquellos que pueden ver el final de este relato como algo trágico, Lauren lo vé como una oportunidad para cumplir su última voluntad: enfundarse la camiseta por primera y última vez en un partido como colegial. "Un partido. Quiero jugar un partido como colegial".

Desde la Universidad de Mount St. Joseph, se está haciendo lo posible y lo imposible para que el sueño de esta joven entusiasta de convierta en una realidad. Probablemente, el primero de los partidos que juegue esta Universidad en casa se avance de fecha.

En cuanto a Lauren, nada le haría más feliz que oír, por última vez, los sonidos característicos de una pista de baloncesto:

"Me encanta el rugir de la multitud, el chirrido de los zapatos. No puedo esperar para estar en el parqué y vistiendo mi número 22".

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