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lunes, 14 de julio de 2014

El retorno de Delonte

Resurgir desde las cenizas. Levantarse como un ave fénix y volver a encaramarse a esa gloria reservada para unos pocos en los altares de la NBA, donde solo unos 450 jugadores de todo el mundo pueden llegar...y muchos menos triunfar o establecer una carrera sólida. Es el caso de Delonte West, uno de los eternos "chicos malos" de la era de la pulcritud, el buen comportamiento y la ética en la Liga, que ha fichado por Los Ángeles Clippers para probarse a sí mismo en la Liga de Verano.



En un magnífico artículo "El Confidencial" desenterraba la historia de West, el que por un tiempo fuese base/escolta de Celtics y Cavaliers en sus años de esplendor, frisando los diez puntos por partido y convirtiéndose en un jugador capaz de aportar 30 minutos de calidad y de cobrar como un auténtico "starter" en la Liga. Fue uno de los escoltas de LeBron en los Cleveland que no lograron regresar a una Final tras el fracaso de 2007 ante los Spurs, y luego parte de los Mavericks a la postre campeones. Pero ya, entre las mieles de los halagos y la dulzura de los triunfos, comenzaba a tejerse la maraña de la gran tragedia en la que se sumiría.

El escándalo con la madre de LeBron, su captura portando armas y marihuana, su corte por parte de los Mavs en ese 2012, su trabajo como transportista por el sueldo de un trabajador corriente, alejado de la estratosférica paga de cualquier jugador de la Liga...una historia que, por desgracia, sigue siendo común pese a los esfuerzos de Stern (y probablemente de ahora en adelante de Silver) por evitarlo y por convertir a su Liga en un modelo para el mundo.

Delonte tiene bipolaridad y un pasado de sacrificio y sufrimiento, compartiendo estas dos últimas características con otros ángeles caídos que jamás lograron reincorporarse en plenitud a la NBA. Las lesiones de Gilbert Arenas, unidas a su escándalo con Javari Crittenton y las pistolas en el vestuario de los Wizards, hicieron que su enorme contrato se convirtiera en la losa más pesada de los de Washington. Walker, el que se vanagloriara de "tirar tanto de tres porque no había línea de cuatro" vendió su anillo de campeón para pagar deudas tras irse hundiendo progresivamente en las deudas. Y la lista prosigue y prosigue.

Hombres que no pudieron retornar a las canchas tras líos de faldas, de drogas o de juego. Compasión aflorando al comprender que no dejamos de hallarnos ante jóvenes que se ven envueltos de la noche a la mañana en el estrellato, los focos, la relevancia a nivel nacional o internacional y más dinero del que mucha gente podría acumular en generaciones. Agentes y familias que aconsejan o envenenan y una pléyade de cámaras atentas a cada movimiento. Muchas veces es demasiado.

Algunos lo buscaron, otros no pudieron contener los llamados de su alma y del lugar en el que crecieron, o se dejaron seducir por la belleza de la fortuna y el juego desenfrenado. Otros lograron salvarse a tiempo, y otros como Delonte no tuvieron plena culpa. Su enfermedad jugó un papel clave, la enfermedad que, como bien relata el artículo, le impedía mirarse sonriente al espejo en los mejores tiempos o disfrutar de sus logros. Esa que ahora lucha por superar en nombre de su familia y de su orgullo, pisando de nuevo una cancha para los Clippers que han dejado marchar a Darren Collison y que lo observan con la esperanza de ver resurgir a hombre y jugador.

Delonte West está ante su nueva gran oportunidad en la Liga, ante las puertas que conducen a la redención. Trabajador, sacrificado y amante de su familia, con un pasado oscuro tras él que asume y que busca evitar repetir. Armará de nuevo su brazo para enchufarla desde la línea de tres y los epsectadores buscarán una sonrisa que cruce el pálido rostro que destaca entre decenas de tatuajes. Por él y por su familia.

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