Ricky Rubio siempre ha
generado expectación, nos guste o no, para bien o para mal, fuera y
dentro del espectro puramente deportivo. A su llegada a los Estados
Unidos, creo recordar que en los días previos al Draft del 2009 en
el que sería seleccionado por los Timberwolves en el quinto puesto,
un periodista durante una rueda de prensa le hizo la ya clásica
pregunta de con qué jugador se compararía o a quién le gustaría
parecerse. Rubio, correcto pero sin tratar de salir del paso dando
largas, respondió algo así como “creo que soy un jugador con un
estilo propio de juego, pero sí debiera compararme con alguien, lo
haría con Steve Nash”.
Foto: bleacherreport.com
La comparación propuesta
por Rubio es lógica, simple: ambos son blancos, bases, excelentes
pasadores, capaces de controlar con solvencia los tiempos del
partido, de dar velocidad al juego cuando es necesario y de frenarlo
cuando les conviene. Conscientes o no de ello, ambos son partícipes
del estilo stocktoniano de “playmaking”, y parecen cortados con
un mismo patrón, el de base creador de juego. Evidentemente, también
tienen notables notables particularidades que los distinguen: ni
Rubio tira como Nash, ni Nash defiende como Rubio, pero cuesta
encontrar las siete diferencias entre la manera de hacer de uno y la
del otro. Pertenecen a una misma escuela, pertenecen a una misma
escuela y están lejos de pertenecer a esa nueva ola de bases
atléticos y sobreexcitados ofensivamente en la que Derrick Rose y
Russell Westbrook son los máximos representantes, y Kyrie Irving y
Damien Lillard los jóvenes leones.
Sin embargo, en los
últimos tiempos ha venido tomando fuerza otra comparación que ya se
había gestado hace tiempo, desde la llegada de Rubio al mercado
norteamericano, y que posiblemente obedece más a una serie de
razones publicitarias con las que la figura de Ricky Rubio ha tenido
que lidiar desde que empezó a despuntar, y que medios
sensacionalistas tanto estadounidenses como extranjeros se empeñan
en alimentar con fuerza, conscientes del tirón mediático del
jugador. Ahora, a Ricky Rubio, se le compara con Pete Maravich. ¿Las
razones de dicha comparación? Un aspecto físico muy similar y una
capacidad innata para hacer llegar el balón (en ocasiones de la
manera más inverosímil posible) al jugador mejor situado para
meterlo en el aro.
Foto:
nbaavenue.blogspot.com
Al buen conocedor de la
historia del baloncesto y hasta a algún profano con algo de memoria
le sonará el nombre de Pete Maravich: un mito, un prodigio
infravalorado en su tiempo pero cuya sombra se extiende hasta
nuestros días, probablemente el mejor tirador que haya pisado la
NBA, sin duda uno de los jugadores más fascinantes de todos los
tiempos, un genio sin anillo marcado por la obsesión en la victoria
absoluta inculcada por una figura paterna extraordinariamente
influyente en su vida, un jugador que, para redondear la leyenda,
murió de un infarto a los 40 años.
La primera vez que oí a
alguien comparar a Ricky Rubio con Pistol Pete
Maravich me quedé de piedra y achaqué los motivos del símil al
habitual hype que
rodea al jugador catalán y a una intención clara de los medios de
dar bombo a un jugador que, por aquel entonces, aún jugaba en
Europa. Cuando tiempo después, con Ricky comenzando a cuajar buenas
actuaciones en la NBA, Shaquille O'Neal llamó a Rubio “el Maravich
italiano” (error geográfico involuntario, o no, aparte) no pude
más que volver a tirar de excusas propias y, recordando la faceta de
showman y colaborador televisivo de The Big Cactus,
justifiqué un poco la comparación. Además, dichas declaraciones se
produjeron pocos días antes del All-Star de 2012, un evento más
publicitario que deportivo, por lo que nada de lo que dijera Shaq se
saldría de lo aceptable siempre y cuando promoviera el espectáculo.
Pero
cuando una voz tan autorizada como la de George Karl volvió a sacar
el ya asentado tópico del baúl de los lugares comunes para afirmar
con rotundidad que “Rubio es mejor pasador que Maravich” pensé
que la cosa se había ido definitivamente de madre. ¿Estaba yo
equivocado, y la comparación de Rubio con Maravich era legítima? ¿O
un símil con un origen completamente comercial como aquel había
calado tan hondo en el mundo del baloncesto que hasta un entrenador
de reconocido prestigio se permitía el lujo de usarlo?
Foto:blog.homage.com
Yo
también creo que Rubio es mejor pasador que Maravich. Estoy
convencido. Soy un fanático de la perogrullada. Y eso apoya, en gran
parte, mi argumento. Ricard Rubio ha sido alabado por su habilidad
para pasar, por su inteligencia en pista y por la picardía y la
rapidez de manos que siempre ha demostrado, por su capacidad
defensiva y por hacer mejores a sus compañeros, de las categorías
inferiores a la NBA. Pero nunca por su tiro. Una vez dejó el mundo
de los niños, donde sí había sido un notable anotador, para
jugarse la piel en la cancha contra profesionales (muy precozmente,
todo sea dicho) el tiro, su arma ofensiva más directa, comenzó a
resentirse hasta llegar al punto de que en su peor momento anotador
de todos, su etapa en Barcelona, el hecho de no ser una de las
primeras opciones ofensivas del equipo, unido a una suspensión
ineficaz, de mecánica fea y poco pulida, desembocó en que una
canasta suya fuera algo más anecdótico que natural. Y es que nunca
fue un tirador, y dudo que jamás pase de ser una amenaza exterior
rachera y poco consistente. Lo suyo (y lo hace a las mil maravillas)
es ser la cabeza pensante de un equipo competitivo en la pista, no su
brazo ejecutor.
Con
Pete Maravich no sucedía lo mismo: el pase era la espectacular
alternativa que el jugador de Aliquippa ofrecía tras aquello que le
hizo famoso: el tiro. Su capacidad para superar ampliamente la
barrera de los treinta puntos e incluso de los cuarenta hizo que
llenara pabellones enteros ya en el instituto, en la LSU (la poco
competitiva Louisiana State University, impuesta por su padre a un
tipo capaz de jugar en Marte), en Atlanta, Nueva Orleans y, ya en el
ocaso de su carrera, en Utah y Boston. En un reportaje de la ESPN
sobre los mejores tiradores de la NCAA de todos los tiempos al
jugador listado como el mejor, Larry Bird, le brillan los ojos cuando
habla del segundo, que no es otro que Maravich, con el que compartió
vestuario un año en Boston y que había sido su ídolo y ejemplo
desde siempre.
El
talento para tirar de Maravich era indiscutible: con los pies fijos,
tras driblar, después de un bloqueo, cayendo hacia atrás, a la
media vuelta, con un floater... La variedad, impactante; la
calidad, exquisita. Combinaba una muñeca letal con una mecánica
perfecta y una técnica muy depurada. Era un jugador hecho, desde
temprana edad, para pasearse entre los veinte y los cincuenta puntos
por noche sin problema, y lo sorprendente es que lo consiguió desde
sus años de instituto hasta la NBA. Era como una especie de JJ
Redick en Duke o de Jimmer Fredette en BYU pero con una dimensión
como jugador mucho más amplia que la que jamás tendrán estos. No
necesitaba hacer mates para dejar boquiabierta a la hinchada: era el
anotador total.
Foto:stillballinblo.wordpress.com
Queda,
además, un segundo aspecto de su juego que proyecta sobre la figura
del mítico jugador de los Jazz tanta luz como sombras: su
individualismo. En una liga que venía de los tiempos del juego en
equipo, donde los grandes conjuntos de la década anterior y
principios de los setenta, que es cuando llegó Pete Maravich a la
Liga, eran equipos cohesionados donde, pese a haber estrellas, todos
hacían un poco de todo. Pistol rompió
con todo eso y se convirtió, de la noche a la mañana, en el arma
ofensiva más importante de Atlanta, creando sus tiros y
ejecutándolos sin ayuda de casi ningún tipo. Y en parte eso hizo
que jamás llegara a encajar en los Hawks, volviendo después de
cuatro temporadas en Atlanta a Lousiana, a los New Orleans Jazz (por
aquel entonces el nombre de la franquicia encajaba con la ciudad),
donde se convirtió en la indiscutible y fulgurante estrella de un
equipo poco competitivo.
Por
tanto, y después de mostrar que los puntos fuertes del jugador
catalán no son los mismos que hicieron primero famoso y luego
leyenda al eterno tirador con el que se le compara, y por esa misma
razón no son, asimilar el juego de uno con el del otro sería injusto. Decir que Ricky Rubio es un
tirador parecería, hoy por hoy, un chiste, un broma que nadie podría
tomar en serio; llamarle individualista, un insulto sin sentido; y
afirmar que la dimensión como creador de juego de Pete Maravich, un
escolta muy completo, es igual que la de Rubio, una estupidez. Mi
recomendación es dejar las comparaciones a un lado, disfrutar del
juego del genio de El Masnou lo que se pueda, y mantener al abrigo
del tiempo a leyendas que marcaron una era y a las que las
comparaciones ya no pueden hacer ni bien ni mal.
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