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martes, 20 de marzo de 2012

Gilbert is back.

Si una cosa tiene Gilbert Arenas (Tampa, Florida, 1982) es la capacidad de no dejar indiferente a nadie. Como todos los genios, Arenas tiene muchos admiradores y muchísimos detractores, pero probablemente, de los que lo conozcan en profundidad como jugador de baloncesto (y muy probablemente como persona) nadie se habrá quedado en un término medio. Porque lo de Gilbert no admite medianías. 

Probablemente Arenas sea, por detrás de jugadores como Kobe Bryant, Lebron James o Kevin Durant ,el talento ofensivo más grande en activo en estos momentos. Un base que lo fue por altura y complexión, porque lo suyo, sin duda, hubiese sido ser escolta. Gilbert Arenas es un tirador magnífico, uno de esos jugadores que, cuando tienen la muñeca caliente, no falla. 

Sus detractores, los más puristas de este deporte, afirman que el baloncesto de Naismith es un juego de equipo. Arenas, siendo base, es probable que no lo entienda así. Él se basta solo para ganar un partido, con algo de acompañamiento de los tipos vestidos igual que él que, incompresiblemente, levantan el brazo y piden el balón. La pasa porque es su obligación, porque le queda algo de sentido común para entender que sus compañeros, al menos algunos, no solo son comparsas. Pero el concentra los tiros, el juega y el gana. Y si el equipo pierde, la responsabilidad será suya. 

Fue elegido en la segunda ronda del Draft de 2001. La mayoría de los ojeadores desconfiaban de un jugador que no había completado su ciclo universitario, que había jugado de escolta siendo muy delgado y algo bajo para el puesto y que no tenía el prestigio que acumulaban aquel año hombres como Chandler, Gasol, Curry o Jonhson. Pero Golden State decidió darle una oportunidad y lo escogió y el chico, en sus dos temporadas en California, no defraudaría. Su talento ofensivo destacó rápidamente y sus mejores años los tuvo, sin duda, en Washington. Casi 30 puntos promedió en la 2005-2006, jugando 80 partidos de 82. 

Pero llegó el declive: lesiones, problemas de disciplina, la excentricidad del genio (calificada por uno de sus entrenadores como "Gilbertology") y la llegada de John Wall al equipo, un verdadero base elegido por el equipo capitalino en la primera posición del Draft de 2010, evidencio el divorcio entre los Wizards y Arenas, que fue traspasado a Orlando, donde llegó con el brillo de las estrellas y se largó por la puerta de atrás. 

Ahora, casi un año después, los Grizzlies se arriesgan a contratar a Gilbert Arenas para formar un equipo ganador que supere las semifinales de Conferencia del año pasado. Buscan un anotador explosivo, capaz de salir, coger el balón y meter unas cuantas canastas, un jugador que, jugando de sexto hombre, marque distancias en el marcador con efectividad. A Gilbert le sobra talento para ese cometido, lo que ya dudo es que le sobre dedo y medio de frente para entender que en una franquicia donde la clave del triunfo es el juego en equipo no puede, no debe, ser el protagonista. Sospecho que Lionel Hollins lo dará a probar al mundo, vestido con la camiseta de Memphis, a sorbos pequeños. 

Arenas sabe que se la juega, que nadie confía en él, que su perfil de anotador compulsivo quizás ya no está tan bien visto como antes. Cobrará 300.000 dólares hasta final de temporada. Si cumple las expectativas, es posible que la franquicia de Memphis vuelva a arriesgarse a contratarlo, esta vez por más dinero, y si no son los Grizzlies, será otro equipo con la necesidad de un pistolero. Si no, su recorrido en la NBA puede darse prácticamente por finalizado y deberá plantearse acabar su carrera, repleta de luces y sombras, a la sombra de algún mediático equipo en China o jugando para un magnate del gas en Rusia o Uzbequistán. En su mano queda. 

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