Competición en estado puro, eso es exactamente lo que pudimos vivir en el Palacio de Deportes. Con una dosis de emoción e intensidad difícilmente igualables, el Unicaja ha sufrido como nunca para superar a un Estudiantes gladiador, que nunca se dio por vencido y que incluso llegó a marcar el tempo del partido. Un esfuerzo colectivo que aún sin recompensa final, dio buena cuenta del espíritu luchar, así como lo meritorio de la victoria de un Unicaja que se mantuvo implacable ante la adversidad y cuyo triunfo les permite seguir arriba, a la par que hundir a un Estudiantes que está condenado a sufrir.
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Espadas en todo lo alto desde el inicio. Con un ritmo frenético, ambos equipos mostraban su sus armas sin tapujos, gozando de un acierto que bien merecía la igualdad en el luminoso. Pero eran los visitantes, quien echando mano del buen hacer en la zona se mantenía por delante una vez se ralentizaba el compás y se instauraba de nuevo la normalidad. Así pues, poco después del fulgurante inicio de Van Lacke, era Kuric quien tomaba las riendas, pero sin poder frenar a un Zoran Dragic que irrumpía con la contundencia y descaro que acostumbra para seguir con ventaja al finalizar el primer cuarto (18-20).
Fue entonces cuando una vez llegados al segundo cuarto, asistíamos a un tira y afloja en forma de concurso de triples al que casi todos los presentes en pista se apuntaban casi al unísono. Suarez, Hettsheimeir, Vidal, Miso, Rubio, Kuric...todos aportaban dando buena cuenta de la pluralidad ofensiva y del reparto anotador que estaban sacando a relucir. Con el ambiente caldeado (técnica a Vidorreta incluida) y el equilibrio en ataque al que contribuía de manera clave la pintura malagueña, Unicaja amagaba con poner tierra de por medio, siendo pronto respondido tanto por un descarado Quino Colom como por un voluntarioso Rabaseda, pero que a su vez no podían impedir darle la vuelta al marcador a la marcha a los vestuarios (40-45).
La segunda mitad no permitía despistes, y la sociedad Granger-Vázquez quería dar un golpe de efecto, siendo en esta ocasión la sobriedad de Slokar la que frenaba cualquier distanciamiento de los andaluces. La exigencia tanto física como mental no hacía más que acrecentar la intensidad, haciendo más que nunca de la solidez una virtud. Tanto era así, que ni el intercambio de golpes entre ambos juegos exteriores con Toolson-Dragic y Kuric-Van Lacke como referentes daba pie a diferencias notables, imperando la igualdad y reflejando una vez más el gen competitivo que demostraban, especialmente los locales quienes daban lo mejor de sí y más. Por ello, nos íbamos al último cuarto con todo por decidir (63-61), pero con un resultado favorable para el Estudiantes que les daba alas.
El Palacio de los Deportes se había convertido en un auténtico campo de batalla, en la que ninguno de los dos quería retirarse del envite sin antes caer en el intento. Las continuas acometidas de Banic daban esperanzas a los suyos, pero el Unicaja permanecía implacable, sin atisbo alguno de derrumbarse. Fue entonces cuando las figuras de Dragic y Vidal, o incluso de Stimac bajo los aros salían a la palestra para igualar aún más si cabe la contienda, llegando a los últimos minutos con un marcador que prometía un final de infarto. Y así fue, ya que independientemente de los embistes estudiantiles, el temple de los visitantes siempre respondía, y con la determinación de Dragic y Granger desde la línea de personal, derrotaba a un Estudiantes que tuvo balón para decidir el devenir del encuentro, pero que una pérdida de Colom terminaba por sepultarlos. (84-85)
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