De pequeño, solía jugar a las canicas. Recuerdo que siempre había disputa
entre los compañeros por el orden en que empezábamos a lanzar nuestras bolitas
de cristal o porcelana decoradas con diversos colores. La cuestión es que tirar
primero o tirar último siempre traía polémica. En primer lugar, el que empezaba
la partida tenía la posibilidad de hacerse con las canicas apostadas colocadas
en un cuadro dibujado en la arena. No obstante, de fallar el primer disparo y
no conseguir ninguna canica, era el que se exponía a más balazos de los demás
compañeros. No siempre era mejor ser primero. En segundo lugar, alguien que no
tirase empezando consigo la partida, representa que tiene un disparo de
desventaja al primero, incluso así a veces este salía más beneficiado que el
que tiraba ante que él.
Jugar a las canicas es algo es algo sin importancia, sin trascendencia en
la consecución de los hechos de cada partida. Tan solo es jugar. Asimismo,
comparte un paralelismo con el Draft de la NBA, aunque esto, paradójicamente,
asume una responsabilidad casi vital. Cómo explicar sino que Hibbert escogido
en decimoséptima plaza, o Marc Gasol, mejor defensor de la temporada y escogido
en la elección cuarenta y ocho de su Draft, sean imprescindibles en el quinteto
inicial de dos equipos que están jugando las finales de conferencia este año. De
haber sabido su margen de progresión, quizás hubieran salido en el Top 10, o
quizás no, pero fueron en su momento “regalos” que el Draft de la NBA da. Es
por esto, que tan cerca de una decisión que puede condicionar o llevar por el
buen camino el futuro de una franquicia, lo comparo con algo tan insignificante
como un juego de recreo. Alivio con palabras esta presión que el Draft supone,
ya que de acertar con el jugador adecuado, una franquicia puede hacerse con
fortuna, fama, y poder a su vez.
Publicar un comentario
Déjanos tu opinión sobre lo leído.