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jueves, 15 de mayo de 2014

Dirk Nowitzki: el alemán que conquistó América

La NBA es un deporte mundial, ejemplo de la globalización que ha sufrido el mundo en las últimas décadas gracias a unos avances tecnológicos imposibles siquiera de imaginar para aquellos que nacieron en una época algo más lejana. 

Foto: somosnba.com
Y es que, mientras que LeBron James realiza un poderoso mate en el American Airlines Arena o Tim Duncan anota su clásico tiro a tablero en el AT&T Center, un individuo cualquiera, medio planeta separado de dicha acción, vibra con ella desde la pantalla de su televisor. 

Pero no siempre fue así, y como para otros muchos aspectos, siempre ha tenido que haber pioneros. Y si hablamos de este deporte, uno de los que más ha hecho a favor de la internacionalización de esta liga no ha sido otro que Dirk Nowitzki.

Pero empecemos por el principio. Mucho antes de convertirse en la leyenda que es a día de hoy, el 41 de los Mavericks tuvo que pasar por el siempre difícil proceso de adaptación a una liga como la americana para un rookie, especialmente complicado para un chico acostumbrado a otro tipo de juego [no hay que olvidar que se formó en el DJK Würzburg, equipo de su ciudad natal y militante de la segunda división alemana]. Así, tras impresionar a propios y extraños en Europa, en su temporada de debut no puedo más que firmar unos discretos promedios de 8.2 puntos y 3.4 rebotes en 20 minutos, en una temporada con asterisco por el lockout que retrasó el comienzo de la temporada regular hasta Febrero y de la que se jugaría poco más de la mitad del calendario oficial. Dallas solo ganaría 19 partidos y un frustrado Nowitzki meditaría en más de una ocasión su vuelta a Alemania. Curioso pensar que, de haber tomado tal determinación, miles de chicos a día de hoy habrían perdido un modelo a seguir. Pero no lo hizo, y eso no es casualidad.

Si hay alguien en el mundo que conozca bien a Dirk Nowitzki, ese es Holger Geschwindner. 20 años han pasado ya desde el primer encuentro de maestro y pupilo, cuando ambos se conocieron y empezaron a entrenar juntos en sesiones individualizadas organizadas por el que fuera ex-jugador alemán, quién desde el principio supo reconocer el talento latente en el pequeño Dirk. Desde entonces han pasado por muchas cosas, desde la consagración como jugador destacado, para posteriormente estrella de Dirk, al MVP de 2007, pasando por los sinsabores con la selección alemana. Pero sin duda, 2 momentos han marcado su carrera, y su amistad con Holger: el verano de 2007, y los Playoffs de 2011. Pongámonos en antecedentes.

2007: Los Mavs, tras una temporada totalmente espectacular, en la que ganan 67 de los 82 partidos disponibles [81.7%] y son el mejor equipo de la NBA, cuentan en sus filas con la mejor versión de su líder teutón, quién a final de temporada es nombrado MVP de la temporada gracias a unos promedios de 24.6 puntos y 8.9 rebotes, siendo el quinto jugador en la historia en entrar al club del 50-40-90 [promediar un 50% en TC, un 40% en T3 y un 90% en TL), tras Larry Bird, Mark Price, Reggie Miller y Steve Nash. Con estos antecedentes, eran de forma clara uno de los principales aspirantes al anillo…pero el destino les tenía reservados otros planes.

Y es que tras una infernal serie con los Golden State Warriors, alentados por su afición por un slogan que se haría eterno (“We Believe”), Dallas acababa doblando la rodilla ante un equipo liderado magistralmente por Baron Davis. Era el mayor fiasco de la carrera de Dirk, y las críticas acerca de que no servía como piedra angular de un equipo campeón no tardaron en llegar.

Inmerso en una crisis personal, Dirk se apoyó en su entrenador, y como terapia de choque, en la que trataría de encontrarse con su viejo yo, ambos viajaron juntos… a Australia. Allí, a las faldas del Ulurú, el denominado como ombligo del mundo, alumno y maestro compartieron la última de sus lecciones: hasta que no miras las cosas con perspectiva, no valoras cada detalle en su plenitud. No importaba tanto el pasado, los fracasos y éxitos vividos. Importaba el hecho de que, aunque quizá no se hubiera dado cuenta Nowitzki hasta entonces, el destino le había hecho pasar ese amargo trago deportivo para renacer de sus cenizas. Quizás llegara el día en que pudiera redimirse, pero para ello tenía que no rendirse. Más que una lección de baloncesto, una enseñanza vital.

2011: Tras una buena temporada, Dallas Mavericks, con 57 victorias a su espalda, son el tercer mejor equipo de la Conferencia Oeste, solo tras sus vecinos tejanos, San Antonio Spurs, y los bicampeones [2009 y 2010] Lakers. Con un equipo formado, además de por nuestro protagonista, por como grandes aunque veteranos jugadores como Jason Kidd, Shawn Marion, Tyson Chandler, Jason Terry o Peja Stojakovic, las dudas que arrastra la franquicia de Mark Cuban desde su caída en 4 años atrás parecen persistir, y pocas quinielas les ponen más allá de unas semifinales de Conferencia en las que se encontrarían con los Lakers tras eliminar estos por 4-2 a los Hornets [Dallas se desharía, con el mismo marcador, de los Blazers]. Pero entonces llega la tormenta perfecta. Una tormenta con acento europeo y teñida de rubio.

Unos Mavs desatados ponen fin a la hegemonía angelina con una terrible superioridad, que acaba con los de Kobe y Pau besando la lona tras ser vencidos en los primeros 4 y únicos encuentros de la serie. Una plantilla veterana pero centrada en la consecución de sus éxitos pasa también por encima de los jóvenes pero aún inexpertos Thunder en las Finales de Conferencia [1-4], y vuelven a las Finales de la NBA por primera vez desde 2006…y justo a tiempo de desenterrar viejos fantasmas. Su rival en las Finales: los Miami Heat, el mismo equipo al que 5 años atrás tuvieron medio noqueado en unas Finales que acabaron perdiendo de la mano de un espectacular Dwyane Wade que, secundado por un Shaquille O’Neal en la progresiva cuesta abajo de su carrera, dio el primer anillo de su historia a los de Florida. Por si todo esto fuera poco, el equipo dirigido por un novato Erik Spoelstra había añadido a sus filas el verano anterior a LeBron James y Chris Bosh, dando comienzo a la era del Big Three que aún hoy [quién sabe por cuánto tiempo] perdura. Los tintes para una batalla épica estaban servidos.

Pero, a diferencia de la historia que Nowitzki había tenido que vivir en el pasado, esta vez ellos eran los buenos, el equipo al que medio mundo apoyaba en una cruzada en contra de lo que se tildó como poco menos que un acto de prepotencia de unos Heat destinados a ser criticados por cualquier cosa que no fueran éxitos. Los chicos de LeBron llegarían a ponerse con ventaja de 2-1 ante los del estado de Texas…hasta que la vida, los pequeños detalles, la perspectiva de futuro que un día de verano casi un lustro antes aprendió a valorar perdido en las estepas australianas un hombre desalentado, decidió devolver a la mayor leyenda europea del siglo XXI lo que en el pasado le quitó. Los Mavs remontaron, triunfaron y vencieron, convirtiéndose en los campeones.

Y de repente, una losa cayó. Una losa que llevaba un lustro en los hombros de un hombre humilde que no merecía haber pasado por un tormento que, sin embargo, le ayudó a triunfar. Ya tenía el anillo. El primero del equipo de su vida. El objetivo de su vida deportiva. El momento que tanto tiempo espero y que, al fin, hizo justicia a una vida de trabajo, esfuerzo y sacrificios. Algo que quizá no hubiese sido posible sin fracasar antes. Como no, Dirk sería el MVP de las Finales con casi 27 puntos de promedio. Pero eso no era tan importante. Al fin y al cabo, las grandes estrellas luchan por premios colectivos, no reconocimientos individuales.

Dirk Nowitzki es, a día de hoy, con 35 años ya cumplidos, el noveno máximo anotador de la historia de la NBA, tras llevar anotados, desde que debutase en 1998, nada menos que 26.786 puntos. En esta última temporada ha superado en dicha clasificación a jugadores de la talla de Jerry West (25.192), Reggie Miller (25.279), Alex English (25.613), Kevin Garnett (25.626), John Havlicek (26.395), Dominique Wilkins (26.668) y Oscar Robertson (26.710), y ahora, con rumores bastantes bien infundados de que este verano firmará su último contrato profesional con Dallas, en principio por 2 años, podría llegar a superar a Hakeem Olajuwon, Elvin Hayes y Moses Malone para situarse como 7º máximo anotador de todos los tiempos. Nada mal para un chico tímido y familiar que cuando llegó a la NBA no sabía ni pagarse las facturas.

El mundo cambió para mejor una vez que las barreras geográficas se eliminaron. Y gracias a eso, nuestras retinas pueden disfrutar del estetiquísimo fade-away de un chico que decidió abandonar su Alemania natal para probarse con los mejores.


“Si quieres aprender, escucha, acata y no cuestiones. Esfuérzate al máximo, sin buscar excusas ni culpables para tratar de justificarte. Se autocrítico siempre, reconoce tus errores, y trabaja día a día para mejorar.” –Dirk.
 
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