La NBA es un deporte
mundial, ejemplo de la globalización que ha sufrido el mundo en las últimas
décadas gracias a unos avances tecnológicos imposibles siquiera de imaginar
para aquellos que nacieron en una época algo más lejana.
Foto: somosnba.com |
Y es que, mientras que
LeBron James realiza un poderoso mate en el American Airlines Arena o Tim
Duncan anota su clásico tiro a tablero en el AT&T Center, un individuo
cualquiera, medio planeta separado de dicha acción, vibra con ella desde la
pantalla de su televisor.
Pero no siempre fue así, y como para otros muchos
aspectos, siempre ha tenido que haber pioneros. Y si hablamos de este deporte,
uno de los que más ha hecho a favor de la internacionalización de esta liga no
ha sido otro que Dirk Nowitzki.
Pero empecemos por el
principio. Mucho antes de convertirse en la leyenda que es a día de hoy, el 41
de los Mavericks tuvo que pasar por el siempre difícil proceso de adaptación a
una liga como la americana para un rookie, especialmente complicado para un
chico acostumbrado a otro tipo de juego [no hay que olvidar que se formó en el DJK Würzburg, equipo
de su ciudad natal y militante de la segunda división alemana]. Así, tras
impresionar a propios y extraños en Europa, en su temporada de debut no puedo
más que firmar unos discretos promedios de 8.2 puntos y 3.4 rebotes en 20
minutos, en una temporada con asterisco por el lockout que retrasó el comienzo
de la temporada regular hasta Febrero y de la que se jugaría poco más de la
mitad del calendario oficial. Dallas solo ganaría 19 partidos y un frustrado
Nowitzki meditaría en más de una ocasión su vuelta a Alemania. Curioso pensar que, de haber tomado tal determinación, miles de chicos a día
de hoy habrían perdido un modelo a seguir. Pero no lo hizo, y eso no es
casualidad.
Si hay
alguien en el mundo que conozca bien a Dirk Nowitzki, ese es Holger
Geschwindner. 20 años han pasado ya desde el primer encuentro de maestro y
pupilo, cuando ambos se conocieron y empezaron a entrenar juntos en sesiones
individualizadas organizadas por el que fuera ex-jugador alemán, quién desde el
principio supo reconocer el talento latente en el pequeño Dirk. Desde entonces
han pasado por muchas cosas, desde la consagración como jugador destacado, para
posteriormente estrella de Dirk, al MVP de 2007, pasando por los sinsabores con
la selección alemana. Pero sin duda, 2 momentos han marcado su carrera, y su
amistad con Holger: el verano de 2007, y los Playoffs de 2011. Pongámonos en
antecedentes.
2007:
Los Mavs, tras una temporada totalmente espectacular, en la que ganan 67 de los
82 partidos disponibles [81.7%] y son el mejor equipo de la NBA, cuentan en sus
filas con la mejor versión de su líder teutón, quién a final de temporada es
nombrado MVP de la temporada gracias a unos promedios de 24.6 puntos y 8.9
rebotes, siendo el quinto jugador en la historia en entrar al club del 50-40-90
[promediar un 50% en TC, un 40% en T3 y un 90% en TL), tras Larry Bird, Mark
Price, Reggie Miller y Steve Nash. Con estos antecedentes, eran de forma clara
uno de los principales aspirantes al anillo…pero el destino les tenía
reservados otros planes.
Y es
que tras una infernal serie con los Golden State Warriors, alentados por su
afición por un slogan que se haría eterno (“We
Believe”), Dallas acababa doblando la rodilla ante un equipo liderado
magistralmente por Baron Davis. Era el mayor fiasco de la carrera de Dirk, y
las críticas acerca de que no servía como piedra angular de un equipo campeón
no tardaron en llegar.
Inmerso
en una crisis personal, Dirk se apoyó en su entrenador, y como terapia de
choque, en la que trataría de encontrarse con su viejo yo, ambos viajaron
juntos… a Australia. Allí, a las faldas del Ulurú, el denominado como ombligo del mundo, alumno y maestro
compartieron la última de sus lecciones: hasta que no miras las cosas con
perspectiva, no valoras cada detalle en su plenitud. No importaba tanto el
pasado, los fracasos y éxitos vividos. Importaba el hecho de que, aunque quizá
no se hubiera dado cuenta Nowitzki hasta entonces, el destino le había hecho
pasar ese amargo trago deportivo para renacer de sus cenizas. Quizás llegara el
día en que pudiera redimirse, pero para ello tenía que no rendirse. Más que una
lección de baloncesto, una enseñanza vital.
2011:
Tras una buena temporada, Dallas Mavericks, con 57 victorias a su espalda, son
el tercer mejor equipo de la Conferencia Oeste, solo tras sus vecinos tejanos,
San Antonio Spurs, y los bicampeones [2009 y 2010] Lakers. Con un equipo
formado, además de por nuestro protagonista, por como grandes aunque veteranos jugadores
como Jason Kidd, Shawn Marion, Tyson Chandler, Jason Terry o Peja Stojakovic,
las dudas que arrastra la franquicia de Mark Cuban desde su caída en 4 años
atrás parecen persistir, y pocas quinielas les ponen más allá de unas
semifinales de Conferencia en las que se encontrarían con los Lakers tras
eliminar estos por 4-2 a los Hornets [Dallas se desharía, con el mismo
marcador, de los Blazers]. Pero entonces llega la tormenta perfecta. Una
tormenta con acento europeo y teñida de rubio.
Unos
Mavs desatados ponen fin a la hegemonía angelina con una terrible superioridad,
que acaba con los de Kobe y Pau besando la lona tras ser vencidos en los
primeros 4 y únicos encuentros de la serie. Una plantilla veterana pero
centrada en la consecución de sus éxitos pasa también por encima de los jóvenes
pero aún inexpertos Thunder en las Finales de Conferencia [1-4], y vuelven a
las Finales de la NBA por primera vez desde 2006…y justo a tiempo de
desenterrar viejos fantasmas. Su rival en las Finales: los Miami Heat, el mismo
equipo al que 5 años atrás tuvieron medio noqueado en unas Finales que acabaron
perdiendo de la mano de un espectacular Dwyane Wade que, secundado por un
Shaquille O’Neal en la progresiva cuesta abajo de su carrera, dio el primer
anillo de su historia a los de Florida. Por si todo esto fuera poco, el equipo
dirigido por un novato Erik Spoelstra había añadido a sus filas el verano
anterior a LeBron James y Chris Bosh, dando comienzo a la era del Big Three que
aún hoy [quién sabe por cuánto tiempo] perdura. Los tintes para una batalla
épica estaban servidos.
Pero,
a diferencia de la historia que Nowitzki había tenido que vivir en el pasado,
esta vez ellos eran los buenos, el equipo al que medio mundo apoyaba en una
cruzada en contra de lo que se tildó como poco menos que un acto de prepotencia
de unos Heat destinados a ser criticados por cualquier cosa que no fueran
éxitos. Los chicos de LeBron llegarían a ponerse con ventaja de 2-1 ante los
del estado de Texas…hasta que la vida, los pequeños detalles, la perspectiva de
futuro que un día de verano casi un lustro antes aprendió a valorar perdido en
las estepas australianas un hombre desalentado, decidió devolver a la mayor
leyenda europea del siglo XXI lo que en el pasado le quitó. Los Mavs
remontaron, triunfaron y vencieron, convirtiéndose en los campeones.
Y de
repente, una losa cayó. Una losa que llevaba un lustro en los hombros de un
hombre humilde que no merecía haber pasado por un tormento que, sin embargo, le
ayudó a triunfar. Ya tenía el anillo. El primero del equipo de su vida. El
objetivo de su vida deportiva. El momento que tanto tiempo espero y que, al
fin, hizo justicia a una vida de trabajo, esfuerzo y sacrificios. Algo que
quizá no hubiese sido posible sin fracasar antes. Como no, Dirk sería el MVP de
las Finales con casi 27 puntos de promedio. Pero eso no era tan importante. Al
fin y al cabo, las grandes estrellas luchan por premios colectivos, no
reconocimientos individuales.
Dirk
Nowitzki es, a día de hoy, con 35 años ya cumplidos, el noveno máximo anotador
de la historia de la NBA, tras llevar anotados, desde que debutase en 1998,
nada menos que 26.786 puntos. En esta última temporada ha superado en dicha
clasificación a jugadores de la talla de Jerry West (25.192), Reggie Miller
(25.279), Alex English (25.613), Kevin Garnett (25.626), John Havlicek
(26.395), Dominique Wilkins (26.668) y Oscar Robertson (26.710), y ahora, con
rumores bastantes bien infundados de que este verano firmará su último contrato
profesional con Dallas, en principio por 2 años, podría llegar a superar a
Hakeem Olajuwon, Elvin Hayes y Moses Malone para situarse como 7º máximo
anotador de todos los tiempos. Nada mal para un chico tímido y familiar que
cuando llegó a la NBA no sabía ni pagarse las facturas.
El
mundo cambió para mejor una vez que las barreras geográficas se eliminaron. Y
gracias a eso, nuestras retinas pueden disfrutar del estetiquísimo fade-away de un chico que decidió
abandonar su Alemania natal para probarse con los mejores.
“Si
quieres aprender, escucha, acata y no cuestiones. Esfuérzate al máximo, sin
buscar excusas ni culpables para tratar de justificarte. Se autocrítico
siempre, reconoce tus errores, y trabaja día a día para mejorar.” –Dirk.