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miércoles, 14 de noviembre de 2012

Rudy Fernández, de nuevo en Europa

La historia de Rudy Fernández en la NBA es triste, francamente triste, principalmente porque lo que le ocurrió no fue mayoritariamente por su culpa, no al menos directamente, sino primero por la rigidez de sistema de Nate McMillan y después, cuando por fin le llegó la oportunidad, por las lesiones.

Cuando Rudy llegó a Portland, en un estado de forma increíble y habiendo dominado la ACB de cabo a rabo, se le recibió con muchas esperanzas: no en vano, era atléticamente superior a la mayoría de los europeos que llegaban a la NBA, cumplía en la altura para la posición, penetraba muy bien, era muy buen tirador, pasador muy correcto y su defensa era lo suficientemente buena ya de por sí, sin adaptarse a la NBA, como para garantizarle una buena cantidad de minutos en su primera temporada.

Pero también había dos problemas: el entrenador y el jugador con el que competía por la posición. Nate McMillan no es, ni mucho menos, el monstruo que muchos piensan en España, donde se le ve como una especie de ogro comeniños, principalmente por las situaciones incómodas en cuanto a minutos uno y papel el otro que vivieron Sergio Rodríguez y Rudy Fernández en Portland.



Quien viera alguno de los partidos de los Blazers en la era McMillan se daría cuenta con suma facilidad del sistema de juego que, como es lógico, favorecía mucho a la estrella, Brandon Roy, pero no a los dos españoles: empezando por detrás, donde McMillan era exigente, la defensa era de equipo, a menudo en zona, para intentar cubrir las carencias de Roy, defensor correcto pero no excelso. Los contraataques de Portland eran anecdóticos, pues McMillan sabía que sus oportunidades de ganar los partidos pasaban por un ritmo lento y pocos puntos, logrados casi todos en un ataque estático donde Roy, capaz de meterla desde cualquier lugar de la cancha, no tenía rival en la Liga. Evidentemente, ni Sergio Rodríguez, un base imaginativo con un ritmo endiablado a quien, aún hoy, se le atraganta el estático, ni Rudy Fernández, que se luce en los contraataques y en los espacios abiertos, les venía esto demasiado bien.

Pero Rudy no hizo una mala temporada rookie, y su cuota de minutos, le pese a quien le pese, fue correctísima para un jugador europeo, relativamente desconocido y cuya posición está ocupada por una estrella ya consolidada en la NBA. Las dos temporadas siguientes sí bajo las prestaciones, aunque sus minutos se mantuvieron, pero la llegada de Wesley Matthews, menos técnico y espectacular pero más físico y acorde con el estilo de McMillan, condenaron al escolta mallorquín a un ostracismo que no merecía.


El traspaso a Dallas, y luego a Denver, le abrieron las puertas a un nuevo estilo de juego, el de George Karl, mucho más alegre, vistoso, rápido y libre, acorde con sus propias preferencias, pero el lockout hizo volver al escolta al que es, por suerte para los aficionados españoles, su hábitat natural: el baloncesto europeo o FIBA, en concreto al Real Madrid. No puedo decir que me alegrara al saber que volvía, pues su sola presencia ya marcaría una diferencia con el resto de equipos, pero poder ver a Rudy, un jugador con calidad NBA contrastada y no demostrada del todo por la mala suerte, es un placer para el aficionado. Tras completar una serie de partidos con muy buenos números y sensaciones volvió a Denver, donde empezó muy bien y terminó lesionado y frustrado por no llegar al nivel al que quería llegar.

Por las razones que fuera volvió al Real Madrid, firmando por tres temporadas y cobrando, pese a no estar confirmado y ser solo un rumor, un sueldo más propio de la sección de fútbol que de la de baloncesto. Y como no podía ser de otra manera, jugando como sabe. En un Real Madrid que domina en la ACB y cumple con nota en la Euroliga, Rudy está demostrando que no vuelve a España con el mismo ritmo que en la NBA sino con el que tenía en Europa cuando se fue a Estados Unidos: 11,3 puntos, con 47% de acierto de dos y un 38% de tres, más dos asistencias y dos rebotes, en 23 minutos de juego es lo que promedia Rudy, llegando al clímax de su juego en la Supercopa, en la que anotó 21 puntos, y en la tercera jornada de la Euroliga, con 22.


El baloncesto de Pablo Laso se adapta mucho más que el McMillan a su estilo y, jugando prácticamente los mismos minutos que en su primera temporada en Estados Unidos, está completando unos números mejores, sobre todo en cuanto a porcentajes, ya que en aportación está por el estilo. Todo el mundo cree que Rudy, con tres temporadas firmadas y jugando como lo está haciendo no volverá a la NBA, y motivos tiene, pero sería una lástima que un jugador con potencial para ser titular en la mejor liga de baloncesto del mundo no volviera algún día ha demostrar, ya en plena forma y con una mentalidad más fuerte, qué puede hacer en Estados Unidos. Mientras tanto, seguiremos disfrutándolo aquí. 

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